miércoles, 10 de agosto de 2011

La operación más riesgosa de sus vidas; extirpan granada

Por Gabriel Mercado


Culiacán, Sinaloa. La cirujana general Norma Lidia Soto Valle sabe cuando la vida del paciente está en riesgo en la mesa de operaciones, pero el sábado 6 de agosto conoció lo que era poner su vida también en juego.

Llegó, como normalmente lo hace, a la guardia de las 8 de la noche al Hospital General de Culiacán. Parecería una jornada como cualquier otra, hasta que vio a personal militar en el nosocomio. Lo que le contaron a continuación le resultó increíble, casi imposible. Se encontraba internada una mujer con una granada incrustada en la mejilla derecha.

"No podía ser un explosivo, a lo mejor es otra cosa", decían. Después de revisar las radiografías y tomografías, los soldados confirmaron lo inconcebible.

Carla Flores Quiroz ingresó al Hospital General alrededor del mediodía. Y aunque había sido atendida y le pusieron anestésicos, suero y antibióticos, todavía seguía con la granada alojada y nadie sabía cómo proceder.

"A nosotros como cirujanos nos capacitan a ciertos tipos de armas… pero nunca nos había tocado el caso de una granada", refiere Norma Lidia en entrevista exclusiva con EL DEBATE.

En Culiacán no hay cirujanos militares, y trasladarla a Mazatlán, donde sí existen especialistas, resultaba imposible. Los elementos castrenses les confirmaron el peligro de un estallido si se movía a la paciente, ya fuese por tierra o aire.

Aún tenía duda, miedo, admite. Los internistas, jóvenes, estaban ansiosos. "Son los que nos animaban", menciona la doctora con 12 años de carrera, sólo 4 en cirugía.

Algunos de sus compañeros definitivamente prefirieron no participar en la intervención.

Norma es del Distrito Federal. Soltera y sin sus familiares cerca, recurrió a dos conocidos por teléfono para poder tomar una decisión.

"Ellos me comentaron que yo era la que decidía. Nadie te puede obligar a hacerlo. Tú valora. Si no te sientes segura, capaz, tienes miedo, puedes decir que no."

Pero las cosas se complicaban. Carla empezó a tener problemas para respirar. No podía cerrar la boca, tenía mucha salivación e inflamación. La herida se cauterizó y no sangraba, gracias al calor generado por la velocidad e impacto de la granada. Pero si el tiempo seguía su marcha, moriría asfixiada. Entonces la cirujana, de apenas 33 años, recordó lo aprendido cuando estudiaba medicina.

"Los maestros me comentaban que a un paciente hay que tratarlo como si fuera tu familiar. Tu mamá, tu papá, tu hermano, o tú. ¿Cómo te gustaría que te trataran? Yo creo que eso me quedó", comentó.

"Yo me puse en el lugar de ella. Si yo fuera ella y viera que por el miedo la gente no me quiere intervenir, ¿a dónde me están condenando? ¿A dónde la estábamos condenando? No la podíamos dejar así."

Finalmente, el grupo de médicos se decidió y aceptó el riesgo. Primero empezaron con una traqueostomía, la cual consistió en una abertura en la garganta y la introducción de una sonda a Carla para permitirle respirar. Esto se lo hicieron estando semiinconsciente con anestesia local. Después vino la delicada tarea.

La granada sólo podía ser extraída en la misma dirección por donde entró, sin rotarla ni girarla, mucho menos dejarla caer. Había un cinco por ciento de probabilidades de que explotara y el radio de la detonación podía alcanzar los 10 metros.

Entró un grupo de nueve personas, nueve valientes. Dos médicos militares, un anestesiólogo, dos internistas de esa especialidad, ella y otros dos cirujanos residentes y un enfermero.

"Nadie nos obligó, nadie nos forzó."

Fue una hora y media de tensión. Realizaron una incisión desde la boca a parte de la mejilla, la cual abrieron sin forzarla mucho. No era necesario: ya buena parte estaba fracturado, sin piel, sin músculo, ni dientes de ese lado. Se extrajo el artefacto y se puso en manos de uno de los soldados, quien lo retiró de inmediato. Después se terminó con una sutura.

La especialista considera que no fue este el caso más difícil de su carrera, pero sí la cirugía de mayor estrés, recuerda.

Norma Soto destaca el trabajo en equipo. Desde el camillero, quien tomó el riesgo de moverla, hasta el de radiografía. Sin sus estudios no hubieran sabido qué hacer.

"En este caso era la vida de todos. Del personal, anestesiólogos, residentes, uno como cirujano y también la paciente."

Concluye que este caso fue único. No hay experiencias así en México, porque no era un país bélico, "hasta hace poco".

"La violencia está sobrepasando lo que hasta hace un tiempo era normal", lamentó.

Carla pasó así de la tragedia al milagro. Se encuentra estable y en una semana más podría recibir la operación reconstructiva, con un especialista maxilofacial y un cirujano plástico. Atrás queda la pesadilla vivida, gracias al valor de un grupo de médicos, quienes pusieron sus vidas en riesgo en la mesa de operación.


*Texto publicado en El Debate de Culiacán

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