
Por Gabriel Mercado
				
Culiacán, Sinaloa. La cirujana general Norma Lidia Soto Valle sabe  cuando la vida del paciente está en riesgo en la mesa de operaciones,  pero el sábado 6 de agosto conoció lo que era poner su vida también en juego. 
Llegó,  como normalmente lo hace, a la guardia de las 8 de la noche al Hospital  General de Culiacán. Parecería una jornada como cualquier otra, hasta  que vio a personal militar en el nosocomio. Lo que le contaron a  continuación le resultó increíble, casi imposible. Se encontraba  internada una mujer con una granada incrustada en la mejilla derecha. 
"No  podía ser un explosivo, a lo mejor es otra cosa", decían. Después de  revisar las radiografías y tomografías, los soldados confirmaron lo  inconcebible.
Carla Flores Quiroz ingresó al Hospital General  alrededor del mediodía. Y aunque había sido atendida y le pusieron  anestésicos, suero y antibióticos, todavía seguía con la granada alojada  y nadie sabía cómo proceder.
"A nosotros como cirujanos nos  capacitan a ciertos tipos de armas… pero nunca nos había tocado el caso  de una granada", refiere Norma Lidia en entrevista exclusiva con EL  DEBATE. 
En Culiacán no hay cirujanos militares, y  trasladarla a Mazatlán, donde sí existen especialistas, resultaba  imposible. Los elementos castrenses les confirmaron el peligro de un  estallido si se movía a la paciente, ya fuese por tierra o aire. 
Aún  tenía duda, miedo, admite. Los internistas, jóvenes, estaban ansiosos.  "Son los que nos animaban", menciona la doctora con 12 años de carrera,  sólo 4 en cirugía. 
Algunos de sus compañeros definitivamente prefirieron no participar en la intervención. 
Norma  es del Distrito Federal. Soltera y sin sus familiares cerca, recurrió a  dos conocidos por teléfono para poder tomar una decisión. 
"Ellos  me comentaron que yo era la que decidía. Nadie te puede obligar a  hacerlo. Tú valora. Si no te sientes segura, capaz, tienes miedo, puedes  decir que no."
Pero las cosas se complicaban. Carla empezó  a tener problemas para respirar. No podía cerrar la boca, tenía mucha  salivación e inflamación. La herida se cauterizó y no sangraba, gracias  al calor generado por la velocidad e impacto de la granada. Pero si el  tiempo seguía su marcha, moriría asfixiada. Entonces la cirujana, de  apenas 33 años, recordó lo aprendido cuando estudiaba medicina. 
"Los  maestros me comentaban que a un paciente hay que tratarlo como si fuera  tu familiar. Tu mamá, tu papá, tu hermano, o tú. ¿Cómo te gustaría que  te trataran? Yo creo que eso me quedó", comentó.
"Yo me puse en el  lugar de ella. Si yo fuera ella y viera que por el miedo la gente no me  quiere intervenir, ¿a dónde me están condenando? ¿A dónde la estábamos  condenando? No la podíamos dejar así."
Finalmente, el grupo de médicos se decidió y aceptó el riesgo.  Primero empezaron con una traqueostomía, la cual consistió en una  abertura en la garganta y la introducción de una sonda a Carla para  permitirle respirar. Esto se lo hicieron estando semiinconsciente con  anestesia local. Después vino la delicada tarea. 
La granada sólo podía ser extraída en la misma dirección por donde entró, sin rotarla ni girarla, mucho menos dejarla caer. Había un cinco por ciento de probabilidades de que explotara y el radio de la detonación podía alcanzar los 10 metros. 
Entró  un grupo de nueve personas, nueve valientes. Dos médicos militares, un  anestesiólogo, dos internistas de esa especialidad, ella y otros dos  cirujanos residentes y un enfermero.
"Nadie nos obligó, nadie nos forzó."
Fue  una hora y media de tensión. Realizaron una incisión desde la boca a  parte de la mejilla, la cual abrieron sin forzarla mucho. No era  necesario: ya buena parte estaba fracturado, sin piel, sin músculo, ni  dientes de ese lado. Se extrajo el artefacto y se puso en manos de uno de los soldados, quien lo retiró de inmediato. Después se terminó con una sutura.
La especialista considera que no fue este el caso más difícil de su carrera, pero sí la cirugía de mayor estrés, recuerda. 
Norma Soto destaca el trabajo en equipo. Desde el camillero, quien tomó el riesgo de moverla, hasta el de radiografía. Sin sus estudios no hubieran sabido qué hacer.
"En este caso era la vida de todos. Del personal, anestesiólogos, residentes, uno como cirujano y también la paciente."
Concluye que este caso fue único. No hay experiencias así en México, porque no era un país bélico, "hasta hace poco". 
"La violencia está sobrepasando lo que hasta hace un tiempo era normal", lamentó. 
Carla  pasó así de la tragedia al milagro. Se encuentra estable y en una  semana más podría recibir la operación reconstructiva, con un  especialista maxilofacial y un cirujano plástico. Atrás queda la  pesadilla vivida, gracias al valor de un grupo de médicos, quienes  pusieron sus vidas en riesgo en la mesa de operación. 
*Texto publicado en El Debate de Culiacán